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Ignacio, modelo para la Compañía y el mundo  Por P. Pedro Arrupe, SJ

Ignacio, modelo para la Compañía y el mundo Por P. Pedro Arrupe, SJ

  • Vocaciones Jesuitas Colombia
  • Autor: Pedro Arrupe, S.J.

Los artistas han representado a San Ignacio de diversos modos, pero las obras más notables del arte le representan con los sagrados ornamentos: unos en éxtasis, como Rubens o como Pierre Gress en este altar; otros señalando con su dedo el A.M.D.G. de las Constituciones, como Francisco Vergara Jr., en el Altar de la Basílica de Loyola. Pozzo, en la Iglesia de San Ignacio, lo presenta en el momento de la visión de la Storta. Representaciones del San Ignacio sacerdote místico, expresiones de una intuición artística que representa el dinamismo de Ignacio que comunicó a la Compañía de Jesús a lo largo de la historia y a través de todo el mundo. La figura de San Ignacio como que quiere desaparecer detrás de su Obra: esto lo expresa él mismo al insistir de una manera inconmovible que la Compañía no era de Ignacio, sino de "Jesús".

Sin embargo, es precisamente hoy cuando el Concilio desea que en este mundo en transformación, todas las Ordenes y Congregaciones religiosas traten de renovarse; para lo cual deben volver hasta sus orígenes, y tratar de descubrir y profundizar lo más posible en el carisma de sus Fundadores. Por lo cual debemos tratar de descorrer el velo de la obra misma que oculta la persona de Ignacio; pues su obra no es sino la cristalización en el tiempo y en el espacio de aquellas gracias extraordinarias, de aquel carisma que en lo oculto de la oración de Loyola, Manresa, París y Roma, la Trinidad le fue comunicando en lo más íntimo de sus exaltaciones místicas. Tanto más, que San Ignacio, de un modo especial, es la causa ejemplar de la Compañía: "En los hechos del P. Ignacio se encierra toda la vida de la Compañía", reitera incansablemente
Nadal en todas las comunidades de Europa. "Según Nadal, la vida de Ignacio no sólo está íntimamente relacionada con la fundación de la Compañía, sino también con todo el Instituto y modo de proceder". "Ya que el conformarse de la Compañía al modo de ser de Ignacio es verdaderamente fundarla, importaba muchísimo que su vida fuera conocida por sus compañeros". Si esto siempre fue verdad, cuánto más en estos momentos tan decisivos para la historia de la Compañía y de la Iglesia a que tiene que acomodarse sin perder todo el dinamismo carismático de Ignacio y ninguno de sus elementos esenciales que constituyen el Instituto de la Compañía tanto de hoy como la de los tiempos de Ignacio.

I. Carisma ignaciano y de la Compañía

En el gran carisma de Ignacio se incluyen muchas gracias personales que, en muchos casos, a través de una experiencia Trinitaria y evangélica, le impulsa a llevar una vida que sigue esta luz, abandonando todo lo demás. Un carisma de enseñanza no solamente de palabra, sino también de modo de vida: su ejemplo, su acción por la que Ignacio manifiesta un nuevo aspecto del reino del evangelio en la Iglesia y en el mundo. Un carisma de fundación que da fuerza para reunir compañeros y encontrar, poco a poco, los elementos característicos que han de dar a su vida común un sello diferente y único en la Iglesia; esto comenzó en "aquel negocio" que pasó por él a las afueras de Manresa (Cardoner) mientras "veía pasar las aguas que corrían profundas". ¿Por qué trayectoria llevó Dios a Ignacio hasta la fundación de la Compañía? Primero, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que "Dios movió a Ignacio" a fundar la Compañía? Según Nadal, este mover al fundador no es darle una orden que él recibe a manera de mandato externo y que ejecutó como tarea extrínseca, mecánica, sin que llegase a tocar su intimidad profunda. Dios lo mueve en cuanto que le da "una gracia de la vocación" que orienta su vida. "Esta gracia de la vocación no es de Ignacio; él ¿qué podía? Dios le movió a él y a nosotros también, y Él nos ha traído".

Esta vocación no le es dada para que quede en un estado "personal", Dios "le elige como ministro de esa gracia" para que Ignacio pase a la Orden que funda. De ahí que nosotros somos actualmente participantes, aunque sea en un grado mínimo, personalmente y como comunidad, de esa misma gracia del fundador, pues como dice Nadal: "lo que aquí se considera como un privilegio de nuestro padre Ignacio, creemos que se haya concedido también a la Compañía". Supuesto, pues, que la Compañía tiene hoy como distintivo y fuerza el mismo carisma que San Ignacio, es muy interesante estudiar y ver cómo procedió no solamente en el descubrimiento interno de su propio carisma y de los impulsos que Dios le iba suministrando, sino además el ver cómo procedía en la aplicación externa de esas gracias que recibió como una semilla en "aquel negocio que pasó por él" en Manresa. Pues desde Loyola hasta la Manresa-ascética, Dios parecía
preparar la tierra; Palestina, Barcelona, París, Venecia, la Storta, Roma fueron las etapas del crecimiento vital de aquella semilla que se plantó en el Cardoner. Camino sinuoso, difícil, en el que Ignacio siempre trató de buscar la voluntad de Dios y a Dios mismo en todo, con un desprendimiento absoluto, personal y con una confianza y esperanza heroica en que Dios había de ayudarle.

II. Características de San Ignacio

Supuesta la situación actual, es de un enorme interés considerar cómo procedió San Ignacio en
este proceso:
Si Ignacio respecto al mundo de su tiempo se manifestó como un inconformista, respecto al concepto de vida religiosa se manifestó como un revolucionario. Ante sí mismo como muy inseguro de sus fuerzas, pero ante Dios con una grande confianza.

   A) Ante el mundo:

Un inconformista: Se viste de saco, se deja crecer el pelo y las uñas, hace una vela de armas enteramente sui generis. Se ríe del mundo y hasta goza haciéndose el tonto; como en Ferrara, delante de aquel oficial. Es el estudiante revoltoso que hace propaganda de sus ideas, que origina un juicio y un castigo de parte de las autoridades académicas, en tal grado, que es condenado a ser azotado públicamente por el claustro de profesores en plena aula de la Sorbona. ¿Quién no ve en Ignacio un joven que, como nuestros contemporáneos, rechaza la sociedad actual y busca con nuevas ideas y movimientos corregir los errores de su tiempo? Es el clásico hombre sincero, que ve en su contemporánea sociedad algo que hay que corregir y que se rebela tratando de modificarlo, en cuanto esté de su mano, pero en Ignacio los motivos son claros y su fin también. A lo largo de sus experiencias espirituales y, sobre todo al querer afrontar al mundo con su deseo de ayudar a las almas, descubre en él grandes valores; tanto que se convence que debe emplear todos los recursos humanos posibles, para poder ser eficaz en el servicio de Dios y de las almas "omnia ad maiorem Dei gloriam" y en ese "omnía" se incluyen todos los valores naturales y sobrenaturales. ¿No trató de recoger todas sus experiencias en las distintas Universidades para echar los fundamentos de sus disposiciones sobre la educación que han de dar las bases a la Ratio Studiorum?

   B) Respecto a sí mismo:

Se encontró indigno e inútil: "el Señor se digna hacernos participantes y cooperadores de lo que sin nosotros podría hacer", ya que: "sírvese de sus mínimos instrumentos el que sin ellos y con ellos es autor de todo bien". Reconocía con toda humildad que él correspondía "con mucha negligencia e imperfección" y dice claramente: "Yo para mí me persuado que antes y después, soy todo impedimento. Esto también lo experimentaba a su alrededor, por eso decía: "que hay pocos en esta vida, y más yo que ninguno, que en todo puedan determinar o juzgar cuánto impiden de su parte y cuánto desayudan a lo que el Señor quiere en su ánima obrar". La misma Compañía débil y mínima palpó muchísimas deficiencias; tuvo que expulsar a muchos y por eso repetía con frecuencia: "Esta Compañía tanto indignísima delante de Nuestro Criador y Señor en el cielo". En este sentido también le mandó a Laínez el aviso: "Que parece nuevo en el gobierno afligiéndose tanto por algunos defectos de los suyos". Pero esta vida realista de sus propias imperfecciones y de los demás, no le quitaba la paz: "Precisa haber paciencia y no pensar que pretende Dios Nuestro Señor lo que no puede hacer el hombre; ni por ello que se aflija".

   C) Respecto a la vida religiosa:

Se muestra como un verdadero revolucionario en el concepto de muchos de sus contemporáneos: la supresión del coro, del hábito religioso, el concepto de la vida comunitaria, la oración mental y su doctrina, la obediencia, etc., hizo que le considerasen muchos peor que los protestantes, y destructor de la vida religiosa, llegando a tener San Ignacio cinco procesos y dos prisiones por la Inquisición: "durante ocho meses enteros hemos pasado la más recia contradicción o persecución que jamás hayamos pasado en esta vida", "más habiendo rumor en el pueblo, y poniéndonos nombres inauditos: herejes, luteranos, inmorales, viniendo en mucho escándalo".

   D) Respecto a Dios

Ignacio sentía una confianza ilimitada. Era, sin duda, el fruto de aquellas experiencias de Manresa que nos refiere: "En este tiempo lo trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño enseñándolo, y... siempre ha juzgado que Dios le trataba de esta manera, antes si dudase de esto, pensaría ofender a su Divina Majestad". Esta confianza la mostró durante toda la vida, y la expresa admirablemente; "Porque la Compañía no se ha instituido con medios humanos, no puede conservarse y aumentarse con ellos, sino con la omnipotente mano de Cristo Señor nuestro; es menester poner en El solo la esperanza". El verdadero fundador de la Compañía es Dios y sólo en su Providencia hay que poner la confianza.
En esta confianza se basaba su alegría y su seguridad: "Baste a nosotros hacer según nuestra fragilidad lo que podamos, el resto queramos dejarlo a la divina providencia, a quien toca, y cuyo curso no entienden los hombres y por eso se afligen a las veces de aquello que deberían alegrarse".

Ignacio se sentía meramente instrumento, por lo cual la causa principal era la base de su confianza. Ni nuestra ignorancia, ni nuestra fragilidad, ni nuestra falta de cualidades, deben desanimarnos. Cuando a veces nos sentimos ignorantes Ignacio nos dirá: "El que es infinita sapiencia os enseñará siempre en lo que conviene para satisfacer al oficio". Si nos sentimos débiles: "la suavísima Providencia... puede toda cosa que quiere" y "no es más difícil a su potencia infinita con pocos que con muchos hacer grandes cosas a honor y gloria suya". Si nos sentimos torpes y poco cualificados: "a su tiempo, si el Señor será servido, Dios Nuestro Señor lo enderezará bien todo y suavemente". Sin esta profunda y como ciega confianza, no se entiende el modo de proceder de Ignacio y su fortaleza. San Ignacio estaba persuadido que el Señor le
había llamado para una misión muy difícil, y él se sentía extraordinariamente débil y sin fuerzas. Pero Dios era fuerte y le comunicaría aquella "virtud divina"; ésta era la razón de su fortaleza y optimismo. Y con el mismo espíritu mira hacia el porvenir en la "esperanza de ver aún más muestras de su misericordia y liberalidad". Ignacio comprendió que lo que Dios había realizado por medio de él, era muy diverso de aquello que él, Ignacio, había pensado.

Esta acción de Dios especialísima hace que tenga "firme fundamento y verdaderas raíces para edificar adelante; ha placido a Dios Nuestro Señor por la su infinita y suma bondad (en quien esperamos por la su inmensa y acostumbrada gracia), tener especial providencia de nosotros y de nuestras cosas, o por mejor decir, de las suyas". Este es el motivo por el que quiso que la Compañía se llamase de Jesús. Sin esta particular acción de Dios, se hubiera formado otra Compañía; no la que fundó colaborando con Dios. Ignacio no comprendió muchas veces lo que Dios quería cuando le enviaba esas pruebas, pero sabía que él dirigía su vida.

III. ¿Qué haría San Ignacio?

Llegados a este punto, sentimos, sin duda acuciante, la pregunta: ¿Qué haría hoy San Ignacio en este momento tan difícil como decisivo de la Historia? La respuesta parece clara. Trataría de ver de un modo concreto cuál es el modo más eficaz de servir a la Iglesia en esta situación. En otras palabras: dónde está la mayor ayuda de las almas, la mejor defensa y propagación de la Fe. Aunque externamente la situación del mundo actual sea tan diversa de la del siglo XVI, si se observa, como lo haría Ignacio, a la luz trinitaria de su iluminación mística, se ve que los problemas son muy similares en el fondo: Ni el evangelio ha cambiado, ni el "espíritu del mundo" ha cambiado, así que esta confrontación o lucha de ambos, aunque con formas externas diversas, en el fondo queda la misma. Ciertamente que con su fuerza de discreción de espíritus,
Ignacio descubriría una serie de valores positivos del mundo actual que han adquirido peso y fuerza especial en esta época post-conciliar: la valoración de lo natural y humano, la sinceridad, el deseo de mutua comprensión, el reconocimiento de la promoción humana, etc., son elementos que tienen un relieve y dan una oportunidad apostólica especial para la ayuda de las almas.

La defensa de la fe, no ya solamente como en su tiempo ante una herejía cristiana, sino ante la idea de que Dios ha muerto, o de una época que se quiere llamar "post-cristiana"; lo que presenta una complejidad extraordinaria, al mismo tiempo que produce una debilitación hasta en las mismas filas católicas y aun religiosas. Y, ¿qué decir de la propaganda del evangelio? Viendo cómo disminuye la proporción de fieles en el mundo y cómo aumentan las dificultades de evangelización, Ignacio sentiría arder en su corazón aquel "élan" apostólico de un modo aún más fuerte que durante su vida de fundador. Yo creo que se sentiría contento y feliz ante una empresa tan inmensa como la que le desafía ahora. En su deseo de eficacia, se pondría inmediatamente a una labor de adaptación y reestructuración de la Compañía, con un espíritu abierto hacia el Espíritu; seguiría pidiendo como hace cuatro siglos en Roma a la Santísima Virgen que le "ponga con su Hijo"; desearía saber su voluntad. Pero, antes de pensar en ninguna adaptación exterior,
procuraría "que todos los de la Compañía se den a las virtudes sólidas y perfectas y a las cosas espirituales, y se haga de ellas más caudal que de las letras y otros dones naturales y humanos, porque aquellos interiores son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que se pretende" (Const. P. X, n. 2, 813); viendo el momento actual procuraría en especial un robustecimiento en el espíritu de fe ante el peligro del ateísmo y naturalismo que tanto influyen aun en la misma concepción de la vida religiosa: una fe humilde, sincera, fuerte. Sentiría aún con más fuerza en esta sociedad de consumo que "la pobreza es el muro de la religión", por lo cual insistiría en esta vida de desprendimiento de todo.

Y ante el debilitamiento del concepto de autoridad, volvería a insistir en su concepto de obediencia sobre todo al Sumo Pontífice y a la Iglesia Jerárquica. Así, pues, podemos decir que el servicio a la Iglesia en este tiempo, exige de la Compañía exactamente la misma actitud espiritual: una fe profunda, base de una vida según "la ley de la caridad y amor" y una pobreza austera, que es la salvaguardia de esa vida religiosa, y una obediencia al Sumo Pontífice (en que tuvo su origen) y a los Superiores, que han de ser aún hoy la característica de la Compañía, como Lo fue antes. Supuesto ese espíritu, el uso de todos los elementos humanos, de todos los adelantos y medios modernos... "tantum quantum: omnia" del modo más eficaz; Ignacio se sentiría feliz de poder aprovechar tanto adelanto científico, tanta rapidez de comunicaciones, tanta facilidad para la propagación de las ideas. La máxima acción apostólica basada en la más profunda
contemplación.

Parece que sentimos que San Ignacio, desde este altar, nos repite las palabras que escribía a Gaspar Núñez Barreto: "No temáis las empresas grandes, mirando vuestras fuerzas pequeñas, pues toda nuestra suficiencia ha de venir del que para esta obra os llama y os ha de dar lo que para su servicio os es necesario". Y Dios está más pronto a "querer más hacernos gracias, que nosotros a recibirlas". Aprendamos, pues, a ser como San Ignacio unos anticonformistas constructivos ante el mundo, renovadores de nuestro espíritu ante la vida religiosa, conforme al espíritu del Vaticano II; a sentirnos "estorbos por parte nuestra, pues no hacemos más que impedir la obra de Dios, pero ante Dios sintámonos instrumentos elegidos por El, y por tanto, con aquella paz y alegría que se basa sólo en nuestra inquebrantable confianza en su Bondad y Omnipotencia, que ha de suplir lo que nos falta". Dios nos "une consigo por vera esperanza”.

 

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